jueves, 27 de junio de 2013

Excursión 144: Faja de las Flores

FICHA TÉCNICA
Inicio: Valle de Ordesa. Torla
Final: Valle de Ordesa. Torla
Tiempo: 11 horas
Distancia: 14 km
Desnivel [+]: 1178 m
Desnivel [--]: 1141 m
Tipo: Circular
Dificultad: Alta
Pozas/Agua: Sí/Sí
Ciclable: No
Valoración: 5+
Participantes: 6

MAPAS 
* Mapas de localización y 3D de la ruta

























PERFIL

 Perfil, alturas y distancias de la ruta















TRACK

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH

RESUMEN
El día 27 iba a ser algo especial. Tenía que ser especial.

En el Valle de Ordesa se da una estratificación de distintas durezas (estratificación diferencial), lo que provoca que los hielos y el agua que discurren durante millones de años erosionen las paredes de su cauce con mayor o menor intensidad según el agua haya profundizado en capa más o menos dura.

Esta erosión diferencial da lugar a un aterrazamiento de las paredes del Cañón alternándose, visto de arriba a abajo, secciones verticales (estratos "blandos") con secciones en cornisa (estratos "duros"). Estas cornisas inclinadas se llaman Fajas (Faixas, en altoaragonés) y a veces permiten el trazado de senderos. En el Cañón de Ordesa hay al menos siete fajas "dotadas" de sendero practicable con mayor o menor dificultad. La de Las Flores, que no está publicitada por el Parque Nacional, puede que sea la más alucinante.

El día anterior a la salida de Madrid, la Faja de las Flores estaba impracticable. Es tan escaso el ancho de algunos tramos del sendero y tan grande el abismo, que los neveros suponen un obstáculo de alto riesgo, no sólo por la escasa posibilidad de atravesarlos con la debida protección contra caídas, sino porque la naturaleza del terreno puede hacer que un nevero ceda bajo nuestros pies. De ser así podríamos caer mil metros abajo junto con la nieve rota. Imposible.

Así que salimos de Madrid con una muy vaga esperanza de que en tres días desapareciera la nieve inoportuna.

El lunes 24 por la tarde, ya en Torla, la Compañía de Guías y el Parque Nacional nos informaron de que seguía impracticable. FRUSTRACIÓN.

El 26, tras la ruta de Ordiso - Otal volvimos a Torla con la idea de hacer mañana una ruta que no incluía la Faja de las Flores. No obstante y por quemar el último cartucho, entramos en la Compañía de Guías a preguntar por el estado de la Faja. Hoy han subido dos a intentarla, a las 8 y media o nueve tendremos noticias. Fue la respuesta. SUSPENSE.

Volvimos casi a las nueve de la tarde. La han hecho. Hay algún nevero en la bajada, no sabemos en qué condiciones. Tras un cambio de impresiones con un guía, llegamos a la conclusión de que llevando algún piolet y crampones por si hay que montar seguros, podríamos intentarlo. El intento merecerá la pena. Nervios. Alegría. ¿Miedo?. EMOCIÓN.

Efectivamente, si el día 27 tenía que ser especial era porque iba a ser especial. No había otra razón. Había un proyecto. La ruta estrella del viaje. La Faja de las Flores. Recorrido en el que se combinan el esfuerzo, el compañerismo, la aventura, el miedo, la responsabilidad, la astucia, la serenidad, la adrenalina, la confianza, la belleza, el misterio, la sorpresa, las endorfinas, la dopamina, la tensión, la luz, la luz de Ordesa, la luz de las cumbres del Marboré, otra vez el Marboré...

Once horas que se dividen en tres partes.

Lo primero, un subidón con trepada incluida de las Clavijas de Carriata, que son barras de hierro que un herrero de Torla clavó en la roca por encargo de unos cazadores ingleses a mediados del XIX dando continuidad a un sendero vertiginoso que nos asombra por su trazado, tan imposible como inteligente.

Y en el que, paso a paso, se va apreciando la dimensión vertical de Ordesa, con el Tozal del Mallo como recepcionista de lujo y con la visión lejana de una rayita negra que hiere horizontalmente la roca de la montaña de El Gallinero y que resulta ser la senda que tenemos que alcanzar cuando superemos 1.100 metros de desnivel.

A continuación, tras cuatro horas de subida, llegados a esa rayita negra, comienza el recorrido casi horizontal de la Faja con unos tramos de un ancho que parece imposible...hasta que al echar a caminar, comprobamos que la caída no es tan probable, cosa que tranquiliza y permite disfrutar como pocas veces de un recorrido pirenaico.

Se puede decir, sin temor a exagerar, que la Faja de las Flores es de lo más sorprendente, inolvidable y bello que puede uno encontrarse en el Pirineo. Hay más cosas, claro, pero hoy toca esto.

El recorrido de la Faja propiamente dicho, apenas llega a los 4 kilómetros. En pura teoría se podría hacer en una hora.

Tardamos dos horas y media. Se tarda dos horas y media. Hacerla en menos tiempo es perder el tiempo. Porque lo que aquí arriba apetece es que el tiempo se pare, que no haya prisa para contemplar el río Arazas desde lo alto, distinguir las cascadas de Arripas y del Estrecho, el discurrir de la Faja de Pelay en la ladera opuesta, el abismo que nos enseña lo que es un abismo, las cumbres que nos separan de (nos unen a) las tierras de Gavarnie, el Monte Perdido y sus dos hermanas, la Peña de Otal que ayer nos vio bajo sus faldas o el Circo Glaciar de Cotatuero que lleva sus aguas de salto en salto hacia el Barranco donde habita el suspense, las Clavijas, con el vacío a nuestros pies...Pero el tiempo no se detiene y las nubes amenazan.

Después de una rápida comida, terminamos el recorrido de la Faja por una zona en la que debería haber infinidad de edelweiss, pero no. Las que había estaban quemadas, marchitas. Las nieves persistentes, que casi nos privan de este recorrido, nos han privado de la contemplación de esta mítica flor.

Terminado el recorrido de la Faja viene una bajada bestial hacia las aguas del Barranco de Cotatuero. Un tanto temerosos por el nevero que nos comentó el guía de Torla, emprendemos la bajada. Afortunadamente, podemos eludir tanto el nevero como el puente de nieve que vemos más abajo. Menos mal.

A las tres de la tarde de un día soleado como hoy (las nubes cedieron a nuestros deseos), cruzar un puente de nieve puede ser un tanto arriesgado. Y un día como hoy no podía pasar nada. No podía fallar nada. Iba a ser un día especial. Tenía que ser un día especial.

Alcanzamos las aguas de Cotatuero. Un lugar idílico, con hierba, poza, cascada y paisaje que nos sirve para detenernos a ponernos los arneses y los anclajes de seguridad.

Dedicamos unos minutos a tomar conciencia de cómo es lo que viene ahora. Las Clavijas de Cotatuero. Un paso que no es difícil, pero en el que una caída puede ser mortal, o sea, que está prohibido caerse. Y como está prohibido y no puede fallar nada (tiene que ser un día especial, va a ser un día especial) nos equipamos con el material y el conocimiento suficientes y...adelante.

Joaquín, Antonio, Ángel, Javier, Juan y José Luis, en este orden, acometemos la pequeña aventura. Concentración, tranquilidad, sensación certera de seguridad, confianza en uno mismo y en el de al lado son los componentes de un cóctel que se bebe a sorbos. Un pie en una clavija, una mano en otra, aquí un mosquetón, sigue, pasa, voy.

Un pie en una clavija, una mano en otra, mosquetón...un sorbo...un pie, una mano...un sorbo. Una foto, otra. Mírame. Joder, qué emoción.

Ya está. Lo hemos hecho. Cascos fuera, guardemos arneses, nos queda terminar de pasear barranco abajo con los pies, ahora sí, en el suelo.

Llegados al puente de Cotatuero nos detenemos a contemplar la cascada allá arriba y a adivinar por dónde están las clavijas. Esos hierros que vimos hace días en un vídeo y que durante unas noches, si no nos han quitado el sueño, nos han provocado alguna inquietud posiblemente más apropiada en otras edades. Es lo que tiene estar vivo.

La última parte es la cerveza. Fue especial.
Juan

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