miércoles, 24 de mayo de 2017

Excursión 347: El Espinar - Cabeza Renales

FICHA TÉCNICA
Inicio: El Espinar
Final: El Espinar
Tiempo: 4 a 5 horas
Distancia:  16,1 Km
Desnivel [+]: 774 m
Desnivel [--]: 774 m
Tipo: Circular
Dificultad: Media
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 3,5
Participantes: 31

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta























PERFIL
* Perfil, alturas y distancias de la ruta















TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
24 de mayo, crónica de la ruta, y ¿cómo empiezo? Mecachis… ya me han liado. A ver el santoral del día: ni pintado, María Auxiliadora. ¡Socooooorro María, que no sé qué contar!

- Hola Solete ¿cómo estás? (es Antonio, el Boss).

- Bárbara, no hay más que verme (la tontería que digo siempre, a pesar de los kilos, las canas y las arrugas, arriba ese ánimo…).

- Hoy te ponemos tu estrella (mucho está dirigiendo la palabra el Boss a la nueva y sin una copa de vino delante como en otras ocasiones, esas comidas de fin de ruta a su vera… presidiendo. Aquí hay gato encerrado).

- Sí, que ilu me hace. Chuletón y estrella (me estoy haciendo la guay mientras sigo buscando al gato).

- Pues para redondear, te nombro cronista de la ruta de hoy (y se queda tan pancho… ¡pa matarle!).

- Pero Antonio, que yo soy una senderoanalfabetamaga. Que después de 20 años esquiando en Valdesky, no distingo la Bola del Mundo de Cabeza de Hierro (ya ha aparecido el pu…ñetero gato)

Y aquí estoy, enfrentada a la hoja en blanco y pensando ¿por qué a mi? Si, además, soy de la Mutua… Y sin recordar ni como se llamaba el pueblo donde aparqué al comienzo de la excursión, con la única compañía de un Izadi crianza, que bien merece la mención.

Echo un vistazo de espía a la última crónica, firmada por Jorge Montero, y me encanta como escribe pero… esa es otra, no me acuerdo de los nombres de los montes, valles, veredas, picos, sierras y demás accidentes geográficos de la ortografía madrileña, como para acordarme de los nombres de los senderomagos del GMSMA (y lo que me ha costado aprenderme el jodío nombre del grupo). ¿Quién es Jorge Montero? ¿Será “El Culito respingón” o quizá “El Wikipedia? “El Rijoso” seguro que no es. Ni “el superligón”, “La cabra montesa” tampoco. Ni “el reportero”, ni “El tímido”. Ni “El de la bota”, ni “el qué piernaaaas”. Ni “el Largo”, ni “el italo-alemán con acento extremeño”. Quizá el “supereducado” o “eltímidoyfelizmentecasadoconestehayquetenercuidado”, ¿“el pintor” o “el comisario”? quién será…. ¿“el coqueto”? ¡Le tengo! “el del avión”. En fin, no recuerdo ni un nombre, pero a cada cual le identifico. Y a cada cuala también, “La pelos”, “la poli”, “la cocinera”, “la cartagenera”, …

Jorge Montero “el del avión”, espero hacerte sombra literaria con esta crónica.

Pues empezamos más o menos en hora, en no sé qué pueblo de la sierra madrileña. Somos un puñado de gente con ganas de andar, de no pasar demasiadas penurias ni calamidades después de la última, con mucha agua “por si acaso”, espero que con alguna bota de vino también, con buen humor y con una meta en forma de pico, que no sé cómo se llama, ni a cuántos kilómetros está, con un desnivel suave a mi corto entender y ni idea dónde acabaremos, ni falta que me hace saberlo.

Después de un rato caminando sin el más mínimo sobresalto, llegamos a un clásico de nuestras rutas, una valla para saltar y, como el grupo peina canas, teñidas o no, nos sentimos un poco ilegales, trasgresores y atrevidos cuando trepamos para salvarlas. Y alguno hasta se siente como el cuñado avezado de Indiana Jones y dado que la valla en cuestión, no levanta ni veinte palmos del suelo y el mayor riesgo que entraña saltarla es hacerse una carrera en los calcetines, le da ese toque que tanto me gusta en un hombre: hacer difícil lo sencillo: inicia el salto de la valla hablando por el móvil con una mano, el bastón en la otra, haciendo equilibrio con los pies y cayendo al otro lado como un príncipe, sin cortar la conversación telefónica y sin perder la compostura. Así son los chicos del GMSMA.

Durante el camino, es curioso escuchar las diferentes conversaciones de los pequeños grupos que se van formando. Como diría “el qué piernaaaas” es como ir cambiando el dial de una radio, aquí un programa de cocina, aquí uno de fútbol, aquí una crónica rosa, aquí una tertulia política. Me sorprendió oír como en un grupo de chicas, se hablaba de fútbol con más pasión que en otro de chicos se hablaba de sexo (o de no sexo, no recuerdo…).

Llegamos a otro clásico, alambrada para cruzar. En esta ocasión, hay que echar cuerpo a tierra y arrastrarse cual reptil bajo sus fauces puntiagudas y oxidadas (ya sé que la frase es grandilocuente para la escena, pero qué queréis, si no puedo meter tecnicismos tendré que meter lírica). Aquí se presenta otra bonita escena digna de mención. Uno de los múltiples caballeros del grupo, se presta a poner en riesgo sus manos para agrandar en la medida de lo posible, el espacio que el monstruo de dientes afilados y oxidados deja para el paso. Otro caballero, menos arriesgado pero igualmente espabilado, cámara en mano, fotografía desde la retaguardia la escena. Los hay que caben hasta con la mochila a la espalda, ¡click! los hay que no caben ni quitándosela, ¡click¡, las hay que pasan haciendo abdominales para no mancharse la camiseta, ¡click¡, las hay que como la llevamos negra nos da igual arrastrarnos, y además, después de haber pasado otras alambradas boca arriba, preferimos pasar esta boca abajo, no vaya a ser…. ¡click¡ La postura se presta para una bonita foto desde y de la retaguardia, quién fuera Kim Kardashian para protagonizar una buena instantánea, pero qué va, lo único que me crece desde que camino con el GMSMA es la tripa, la retaguardia tan escurrida como siempre. Lo siento por el fotógrafo.

Siempre me sorprende lo grande de las mochilas de los chicos y lo pequeño de las nuestras, debe ser que nos sentimos seguras entre tanto caballero andante, que tan pronto te tiende una mano para dar ese paso arriesgado, como te ofrece un chute de glucosa en mitad de una pájara, como te venda un arañazo como quien cubre un desgarro, te brinda su último sorbo de agua fresca bajo un tórrido sol o su forro polar en una gélida mañana. Así son los chicos del GMSMA.

Hacemos cumbre como quien corona un ocho mil, paseando entre flores amarillas que no recuerdo tampoco el nombre, pero son muy monas. Y por fin, la hora del ángelus, del bocata, de la bota de vino, de voy a hacer un pis que antes no me he querido parar para no quedarme atrás, de me voy a quitar la piedra de la bota ahora que están todos quietecitos y me va a dar tiempo. En fin, ese momento glorioso del dios mío cuánto queda.

Corre la bota de vino, los frutos secos, los pequeños bocatas que hoy hay chuletón, el dulce, la fruta, en fin, reponemos fuerzas y empezamos a pensar en el descenso. El Boss se levanta y como si hubieran tocado a retirada con un trompetín, todo el mundo se pone en pie. Nos preparamos para la foto de grupo con un telón de fondo precioso, esa bonita sierra madrileña cuyos nombres de picos algunos recitan, como si de una letanía se tratara. Peñalara, Cabeza de Hierro, Valdemartín, Guarramillas, la Bola del Mundo, La Maliciosa, El Nevero, La Pinareja, La Mujer Muerta, Montón de Trigo, Siete Picos, La Najarra. Algún día me los sabré sin recurrir a Google. Mientras, me preocupo de meter tripa, estirar el cuello para disimular la papada, no sonreír demasiado para que no salgan mis dientes torcidos y rezar para que la foto salga bien a la primera porque no es fácil mantener esta pose dos veces.

La bajada empieza suave pero sin senda, como es habitual en los trazados del Boss, entre jaras, entre piornos, entre brezo, entre zarzas, como me gustaría saberme los nombres de la multitud de plantas y arbustos con los que me estoy arañando las piernas, quién me manda quitarme los pantalones largos, jopé, pero cualquiera se para ahora a ponérselos, te sacan tanta ventaja que te dan ganas de estrenar el silbato para que te esperen.

En un alarde de valentía, levanto la vista del suelo para ver a los cabecillas del grupo y descubro con cierta turbación, que el Boss parece perdido, está en una senda marcada, caminando con rumbo definido y sin el más mínimo peligro cerca. Definitivamente, está perdido. Ocasión que aprovechan los estrellas fugaces para huir hacia el pueblo. 

Gracias a dios, en un trecho no muy largo, se encuentra así mismo y encuentra el “no camino”, la “no senda”, el rumbo indefinido y ciertos peligros acechantes, como chuletones silvestres (también conocidos como vacas sueltas), bajadas por terrenos donde ya no puedes mirar más que al suelo para ver donde pones el culo cuando caigas, setas hipervenenosas (que seguro que son níscalos pero me cuadra en el relato que sean peligrosísimas), hasta una talla en una piedra que dice CON AMOR I J (no me digáis que no es peligroso tanto amor como para tallar eso en mitad del campo y va el Boss y nos pasa por al lado). 

Bueno, tras la eterno descenso, llegamos al pueblo y menos mal que todos sabían dónde habíamos aparcado los coches, porque yo ni idea. No me oriento ni en mi pueblo.

Lo del chuletón y mi condecoración, en el restaurante del Alto del León (por fin me acuerdo de un nombre), es harina de otro costal y una historia que da para su propia crónica. Eché de menos a los ausentes y un poco menos a las ausentas, porque de verdad que ser la única fémina entre tanto caballero, fue una experiencia inolvidable. 

Ahora para aquellos que quieran saber dónde acontecieron estos hechos, todas las características técnicas de la ruta y todos los nombres de picos y valles, fauna y flora y demás nimiedades, leeros el foto reportaje de Paco “el qué piernaaaaaas” que os lo cuenta muy técnicamente y en quien he delegado también eso de las sicarias.

Gracias a todos por vuestra acogida y espero ser merecedora de muchas estrellas más.
Solete

FOTO REPORTAJES

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