domingo, 4 de junio de 2017

Excursión 350: San Facundo - Matavenero

FICHA TÉCNICA
Inicio: San Facundo
Final: San Facundo
Tiempo: 3 a 4 horas
Distancia:  10,9 Km
Desnivel [+]: 364 m
Desnivel [--]: 364 m
Tipo: Circular
Dificultad: Baja
Pozas y agua: Sí
Ciclable: No
Valoración: 5
Participantes: 31

MAPAS
* Mapas de localización y 3D de la ruta
























PERFIL

* Perfil, alturas y distancias de la ruta


TRACK
Track de la ruta (archivo gpx)

PANORÁMICA 3D GOOGLE EARTH
Mapa 3D (archivo kmz)

RUTA EN WIKILOC
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RESUMEN
Nuestros amigos Pepe y Jesús, que el día anterior nos habían obsequiado con una visita espectacular a la sierra de La Cabrera, querían seguir presumiendo de su tierra leonesa, así que nada mejor que introducirnos en El Bierzo. Había que llegar al pueblo de San Facundo por carretera y, desde allí, según la información previa, dar una vuelta por los alrededores antes de comer en el mismo pueblo, para después despedir a la mayoría de los senderomagos que iniciarían la vuelta a Madrid.

Al acercarnos a San Facundo ya veíamos que las montañas se empinaban cada vez más y que parecía inverosímil poder dar una vueltecita por allí sin salvar dificultosos desniveles. La cosa daba todavía más respeto cuando vimos que allí se acababa la carretera. Por otra parte, como la verdad es que el paisaje era de ensueño, daban ganas de internarse en él y desaparecer entre los altos riscos revestidos de vegetación y los mil recovecos que se adivinaban.

Una vez confirmada la comida en el bar/restaurante Hermanos Villa, iniciamos el paseo guiados por Pepe, adentrándonos aguas arriba por el arroyo del Rial. Mirando los abruptos escarpes a izquierda y derecha, uno se daba cuenta de que es verdad eso que se dice de que el agua siempre encuentra un camino, aunque también de que este camino ha debido costarle un porrón de milenios trazarlo. Al principio, transitábamos por un cómodo caminito bordeado de cerezos e impresionantes castaños que nos daban sombra, pero, al poco, nada más cruzar un puente sobre el río, el camino se convertía en senda y comenzaba a trepar por la ladera.

Aunque había que hacer algún esfuerzo, éste siempre se compensaba de sobra con las vistas sobre el río y su entorno. Así, por ejemplo, descubrimos de pronto un pequeño embalse muy por debajo de nosotros y, bajando de nuevo al cauce, cruzamos un bonito puente bastante artesanal hecho con maderos partidos por la mitad. De nuevo en la margen izquierda, llegamos a un punto en que el camino se bifurcaba: El ramal izquierdo hacia Poibueno, el derecho hacia Matavenero, según sendas indicaciones al pie del camino. Tomamos este último para seguir ganando altura por un sendero muy bien cuidado que iba salvando los roquedos por entre los brezos. Nos encontramos de camino dos mujeres con un niño que descansaban a la sombra y nos dieron la impresión de estar disfrutando del paraíso.

El grupo se iba alargando, en parte porque Pepe marcaba un buen ritmo y en parte porque uno, a poco que se descuidara, se disipaba fácilmente dejándose llevar por los sentidos. También íbamos Rosa y yo cavilando, pues nos resultaba familiar el nombre de Matavenero y nos remitía a una película que habíamos visto, “Julie”, que se había rodado en un remoto pueblo abandonado y posteriormente repoblado por una comunidad alternativa de gentes de procedencia diversa. Jesús nos confirmó que así era Matavenero y nuestras expectativas por llegar al pueblo aumentaron. En estas andábamos cuando, a lo lejos y en lo alto una loma, divisamos unas construcciones que correspondían al pueblo.

Caminamos un poco más siguiendo el sendero que torcía a la derecha para poder cruzar el arroyo de la Reguera. Pasado el puente sobre este arroyo hicimos una parada para reagruparnos y tomar un refrigerio. A continuación, una empinada subida hasta Matavenero de unos 100 metros de desnivel. Pepe se asombraba después de que, en sólo este tramo, la diferencia entre los que llegaron primero y los últimos fue de nada menos que 10 minutos (misterios del GMSMA).

Una vez en el pueblo, los que llegamos los últimos vimos que muchos de los compañeros estaban entretenidos en una tienda de artesanía, así que aprovechamos para echar un vistazo. Así, pasamos por la taberna, la escuela o la cocina comunitaria, que es donde se alojan los recién llegados al pueblo. Tropezamos también con algunos de los habitantes del lugar y tuvimos una charla muy provechosa con Jorge, un sociólogo recién licenciado interesado en las ecoaldeas y que llevaba allí viviendo un mes entregado a la investigación y a la vidilla del lugar. Hasta que ya nos despedimos de él porque, visto que no se allegaba nadie más por allí, se nos ocurrió que quizá el resto del grupo ya estuviera pensando en proseguir el camino.

Bajábamos tranquilamente por donde Jorge nos había indicado que se iba hacia Poibueno, cuando un fatigado Jesús nos salió al encuentro subiendo la cuesta. Aunque nos lanzó alguna imprecación del tipo: “¡Qué hay que llegar a comer, jo…!”, pronto quedó abducido por la paz que transmitíamos y bajó con nosotros en camaradería hasta el Dom, una gran construcción circular pensada para dar cobijo a las actividades comunitarias, un tanto deteriorada a día de hoy.

Al poco de atravesar una cancela de madera y un arroyuelo, llegamos frente a Poibueno, un pueblecito a orillas del Rial abandonado totalmente. Para acceder hasta sus ruinas, tuvimos que pasar el río sobre los restos de un puente desvencijado, ayudándonos de una soga que se ha colocado para este propósito.

Poibueno es un lugar de misterio donde Becquer se hubiera podido inspirar para crear unas cuantas leyendas de haberlo conocido. Su iglesia, en particular, de una construcción recia y bella a la vez, que se resiste al derrumbe total, evoca tiempos memorables. En el pequeño cementerio anexo, cubierto de escombros, sólo una cruz de hierro oxidada remite a su pasado.

Embelesados por estos hallazgos, otra vez nos habíamos quedado los últimos, pues el grupo continuaba su camino, ahora de vuelta a San Facundo por la otra orilla del río. Así que, a buen paso, proseguimos por la senda, subiendo y bajando alternativamente, hasta que, en un recodo del río, nos sorprendió un fuerte estruendo y alcanzamos a los compañeros, que estaban alucinado mirando como el río se abría paso muchos metros por debajo horadando las rocas. Estábamos en el denominado Pozo de las Hoyas.

La hora se nos iba echando encima para comer, así que aceleramos el paso para cruzar enseguida otro puente de madera de factura muy profesional, y seguir andando hasta afluir al camino que habíamos traído al venir de San Facundo horas antes. Un poco cansados por el apretón final, pero muy contentos con el recorrido, llegamos al restaurante, donde tomamos una sencilla pero suculenta comida; de segundo plato, algunos degustaron chuleta de ternera y otros preferimos trucha recién cogida de la piscifactoría. Todos quedamos satisfechos.

Una vez leída la crónica y vista tanta maravilla, Madi opina que otorgar el máximo de 5 sicarias a este evento es obligado. Mención especial merecen Jesús y Pepe por su entrega y su paciencia.
Melchor

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